La arriería tuvo un gran desarrollo en nuestro país pues
por varios siglos fue el único medio de transporte de mercancías
de todo tipo; se puede considerar que los arrieros formaron el primer gremio
de importancia en México, su número era muy grande y mucho
mayor que el de los plateros, carpinteros, herreros y otros artesanos.
Sobre el origen de la palabra "arriero", nos cuenta Joaquín
García Icazbalceta en su "Diccionario de Mexicanismo"
que: "Arria (de arre), recua. La palabra "arriero" se deriva
de arria, como de "recua" recuero". Dicen que la arriería
quedó formalmente instalada a la mitad del siglo XVI y conforme
crecía la actividad comercial, la arriería se consolidó
y se expandió por toda la República.
La profesión de estas personas era considerada para ser desempeñada
por hombres valientes, honrados, "de natural perspicaz, cuya existencia
se desarrollaba sorteando peligros y amenazas de todo género".
Eran también quienes se transmitan las buenas y malas noticias de
lugares distantes, Cristina Padilla Dieste nos dice que: "Los arrieros
en general, eran personas pobres que conocían los caminos, el manejo
de los animales de carga y que tenían un gran sentido del riesgo,
mismo que les permitía enfrentar y resolver toda clase de desafíos".
Leopoldo I. Orendáin nos cuenta que para poder ser un buen arriero,
"se requería entender de pesas y medidas. Saber dividir y estar
lo que marcaba la romana de larga vara y brillantes pitones. Calcular las
horas, por la sombra del sol, o por la posición de las estrellas.
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No ignorar las faces de la luna, para aprovechar su luz, ni lo que
faltaba para amanecer cuando brillaba el lucero de la mañana. Distinguir
la calidad de los efectos para recibirlos y entregarlos según cuenta
y razón. Contar y asentar lo contado para efectos del peaje".
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El peaje era una contribución destinada a la apertura y conservación
de los caminos. Sin duda alguna para el arriero su medio de vida era la
recua, animales que cuidaba y alimentaba celosamente, pues eran los instrumentos
de su modus vivendi; las cuadrillas se formaban hasta con 70 animales "entre
mulas, machos y burros cuya tarea era trasladar la mercancía (a
veces personas) que venían del exterior o que se enviaba de un lugar
a otro del país".
El mismo Leopoldo I. Orendáin nos dice la indumentaria que comúnmente
usaban los arrieros : "...Sombreros de ala ancha y copa baja. A veces
forrado de hules, en prevención de aguaceros y tormentas. Son de
cuero los mandiles o pecheras, necesarios para defender la ropa cuando
se requería sostener los bultos al cargarlos. De idéntico
material acostumbraban la radolleras y la cuadrilera, que preservaba del
roce de reatas y cabestros. La camisa y el calzón eran de manta,
que se dejaba ver, porque la pantalonera de gamuza la usaban desabrochada
hasta media pierna, sitio al cual llegaba la bota de vaqueta, ornada por
las espuelas sonoras chapeadas de plata, las que al caminar dejaban estampadas
sus puntiagudas rodajas en el piso.
Para defenderse de la lluvia o del frío, traían a mano
un grueso poncho de lana, que lo mismo servía de manta como de colchón.
Indispensable les era caminar armados de un templado machete de ancha hoja
que portaban al cinto......". A veces los arrieros realizaban su trabajo
por un salario, ya que frecuentemente dependen de personas que de la arriería
hicieron grandes empresas; también existieron arrieros que trabajan
por su propia cuenta y riesgo.
En 1796 apareció un reglamento para la arriería emitido
por el Consulado de Guadalajara, que era para "acreditar su celo y
actividad en promover cuanto conduzca al bien común del comercio".
En este documento se fijan el plazo de tiempo de entrega de mercancías
transportadas a lomo de mula desde la capital a Guadalajara; el ajuste
de fletes antes de prestar el servicio para que no existieran malos entendidos;
se regulaban determinadas indemnizaciones en caso de que la mercancía
se entregara con retraso; que se llevara en el viaje a varias personas,
armas y perros, para la defensa del cargamento en caso de asaltos; etc.
Cristina Padilla Dieste en "Los Regatones, los arrieros y los mesoneros
como un antecedente del comerciante mayorista" nos informa que: "En
1830 se introducen, paralelas al sistema de arriería, líneas
de carros y diligencias, lo que agiliza el tráfico de personas y
mercancías. Esta innovación causaría gran malestar
entre los arrieros quienes se oponían a su circulación.
Las compañías de diligencias formaron verdaderos monopolios
y fueron quienes empezaron a construir los mesones y posadas en los núcleos
urbanos por donde pasaban las diligencia. Estos monopolios del transporte
también controlaban el correo y la recaudación de los derechos
de peaje y de las garitas". 20 años después, en 1850,
prácticamente circulaban las línea de transporte de carros
y diligencias por todo el país, extinguiéndose poco a poco
el oficio de arriero. Con la llegada del ferrocarril a estas tierras, los
arrieros trabajaban llevando mercancías a los pueblos donde no llegaba
el tren. Pero "la arriería continuaba moviendo mercancía
al interior del país por caminos y brechas que nunca fueron mejorados
hasta ya muy avanzados el siglo XX".
Nos cuenta Ramón María Serrera en su "Guadalajara
Ganadora" que: "En la región de Guadalajara, había
en los primeros años del siglo XIX nada menos que entre 10.000 y
11.000 personas que se ganaban la vida en los caminos, bien como arrieros
o bien como carreteros". Continúa Serrera: "Desde casi
todos los partidos de la región los indios cargaban en sus mulas
los haces de leña y las cargas de carbón para ser vendidos
en la ciudad de Guadalajara, el principal centro de consumo de las distintas
producciones del territorio".
Es muy interesante leer el capítulo VI (El ganado mular y su
función económica en Nueva España) para comprender
mejor la arriería, del libro antes dicho de Ramón María
Serrera. Leopoldo l. Orendáin en su "Cosas de Viejos Papeles"
nos narra que: "El trabajo (del arriero) común originaba un
afecto del hombre hacia la bestia.
Con ella convivía durante días serenos e inicialmente,
con etapas penosas para el racional y el irracional. Tal efecto se demostraba
con lo que mandaba bordar, en aparejos y retrancas, dando a las mulas nombres
cariñosos: "Prieta", "Charra", "Favorita".
Los arrieros eran pues, tipos clásicos: sinceros, valientes, ambiciosos,
astutos, de corazón dispuesto a la bondad; pero aparte de ese aspecto
legendario o romántico, había una realidad: ofrecían
un medio de transporte en su carácter de organizadores y conductores
de recuas".