Cierta tarde, el obispo Diego Aranda y Carpinteiro trabajaba muy concentrado
en unos papeles, cuando fue interrumpido por un extraño ruido, primero
escuchó un golpe seco que hizo que dirigiera sus ojos a un fornido
ranchero con "espuelas en sus recios zapatos y los pies juntos que
procuraban caer solamente en los ladrillos blancos sin pisar los rojos
que, en combinación con aquellos, formaban el pavimento de la pieza
del Sr. Obispo".
El señor Aranda muy sorprendido de la extraña manera de entrar
en ese individuo le preguntó, "¿qué es eso, hombre,
está usted loco?" a lo que el ranchero sin dejar de brincar
le contestó: "Ya estoy enterado, señor Obispo, los blancos...
sólo los blancos..." |